Por alguna razón tengo la idea de que toda madre tiene en su cocina un calendario, ahí las súper mamás anotan los recitales de piano, juntas de padres de familia, fiestas de cumpleaños, etc. Hay días buenos en los que las mamás miramos el calendario con ilusión anticipando los días de fiesta y los partidos de soccer y días no tan buenos en que una quisiera dejarlo todo e irse al Caribe o a dondequiera que sea la foto que tenga dicho calendario.

Sunday 28 August 2011

Lo heredado no se hurta

Recientemente diagnosticaron a mi hijo con algo así como Sensory Processing Disorder. Primero pensé “estos gringos, ya no saben ni que inventar”, en México esto se conocería como ser mañoso y punto; pero resulta que este tipo de “desorden” (y el término “desorden” me molesta un poco) es algo real y más común de lo que pensamos. Consiste en que hay ciertas cosas que el niño percibe con extrema sensibilidad y que le pueden molestar muchísimo, al punto de convertirse en un berrinche: las etiquetas en la ropa, los zapatos, ruidos fuertes, ciertas texturas o materiales y en el caso de mi hijo hasta una gota de agua lo puede hacer perder el control. Dependiendo del humor en que estemos, claro está.

Cuando la psicóloga nos preguntó si mi esposo o yo habíamos padecido esto alguna vez, mi marido contestó rápidamente “No”. Yo me tardé un poco más y empecé a pensar en sensaciones que me chocan: oír a alguien mascar chicle, oler plátano en un camión, que en una fila la persona de atrás me respire en la nuca o que en el cine la persona de al lado se siente demasiado cerca; la consistencia de las manitas de cerdo y que se me remoje el arroz con el caldo de las albóndigas. Además, cuando era chica me molestaba que las trenzas no me quedaran suficientemente apretadas.
Tímidamente alcé la mano y le respondí a la psicóloga “that would be me”. Mmmmm - pareció pensar ella - ya salió el peine. “¿Alguien más en sus familias?” volvió a preguntar. Nuevamente mi marido negó con la cabeza.
Yo pensé en mi abuelo, uno de los hombres más extraordinarios que he conocido y por lo que veo también era miembro del club de dicho disorder: no le gustaba comer tunas ni guayabas ni pepinos porque las semillitas le molestaban y no sabía si escupirlas o tragárselas y ante tal encrucijada optó por mejor no comer nada de eso. Comía el cereal sin leche para que no se le remojara y no soportaba las cosas pegajosas. Como en 1920, cuando era niño, no existía el termino “tactile disorder” optó por crear su propia palabra para definir lo que sentía al experimentar estas molestas sensaciones “achangor”,  palabra que cualquier miembro de mi familia puede definir de inmediato y la mayoría de los mortales podrán entender si pongo el ejemplo el efecto de unas uñas sobre el pizarrón.

La gente me pregunta si esto se supera. No. A mis veintitantos años el día anterior a mi boda lloré, no de emoción, no de nostalgia, sino porque las uñas de gel me incomodaban, y a la fecha lloro cada vez que me pongo pantimedias, aunque esto último es porque me siento – y parezco – embutido. Así que dudo que mi niño lo supere, pero con paciencia lo podemos entender mejor y ayudar…y con suerte algún día podrá utilizar dicho desorden como excusa para librarse de comer manitas de cerdo en casa de sus suegros.